El rabino Aharon Ramati de Jerusalén ha aceptado declararse culpable de cargos menores relacionados con la esclavitud y el abuso de unas treinta mujeres en lo que ha sido descrito como un hogar de culto que se ganó el siniestro apodo de la «casa de los horrores». Este acuerdo sorprendente, que ha generado controversia y consternación en toda Israel, implica que Ramati servirá una pena de tan solo nueve meses de servicio comunitario y deberá pagar 34.000 dólares en compensación a sus víctimas.
Los informes sugieren que el acuerdo se alcanzó después de que once de las mujeres víctimas se negaran a testificar en su contra, incapaces de enfrentar el trauma que les infligió. Este caso ha sido un punto focal de la atención mediática desde el arresto de Ramati en 2020, cuando las autoridades lo acusaron de liderar una secta que empleaba tácticas de violencia, intimidación y manipulación psicológica para controlar a sus seguidoras.
La policía describió la situación dentro de la «Seminario Be’er Miriam», la casa de Ramati, como una pesadilla de coerción y abuso. Las mujeres que vivían en este lugar se encontraban en condiciones deplorables, con colchones enmohecidos, sin agua caliente y enfrentando constantes goteras. El rabino llegó a cobrarles hasta 220 dólares al mes por una cama en la casa, explotando su vulnerabilidad y dependencia.
Desde que comenzó a atraer a las mujeres hacia su supuesto camino espiritual en 2008, Ramati ejerció un control absoluto sobre ellas. Las obligaba a renunciar a sus deseos personales y a someterse a sus enseñanzas, las cuales incluían la idea de que desobedecerlo resultaría en castigos terribles de fuerzas sobrenaturales. Además de mantenerlas bajo su control psicológico, las aislaba de sus familias y fomentaba la desconfianza entre ellas para mantener su dominio.
Los testimonios de abuso físico y emocional dentro de la casa de Ramati son escalofriantes. Se dice que obligaba a las mujeres a quemarse los dedos en el fuego como forma de «simular el infierno» y a comer pimientos picantes como castigo por cualquier desobediencia. Estos métodos de tortura psicológica crearon un ambiente de miedo y sumisión, donde las mujeres vivían en constante angustia y terror.
Este no es el primer encuentro de Ramati con la justicia. Ya en 2015 fue arrestado por cargos similares, pero fue liberado luego de que varios miembros de su grupo testificaran a su favor. Sin embargo, esta vez, aunque haya alcanzado un acuerdo que le brinde una sentencia más indulgente, el legado de su crueldad y explotación ha dejado una marca indeleble en la comunidad y en las vidas destrozadas de sus víctimas.